Servicio Geológico Mexicano

Depósitos piroclásticos y rocas piroclásticas

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Productos volcánicos

Los productos que arrojan los volcanes son muy variados y se pueden clasificar según los diferentes estados físicos en que se encuentren en: gaseosos, líquidos, viscosos y sólidos.

Los materiales en estado gaseoso: se encuentran en este estado el vapor de agua, que en grandes cantidades forma nubes blancas, cuando está sobrecalentado y lleva consigo partículas de roca caliente constituye las llamadas nubes ardientes. Otro ejemplo son las fumarolas, que son desprendimientos gaseosos que se clasifican en: secas, si son de temperaturas inferiores a 500°C; ácidas, de temperaturas inferiores a los 500°C pero superiores a los 100°C, y alcalinas o solfataras, con temperaturas entre 100°C y 40°C. Se llaman mofetas a las emanaciones gaseosas de anhídrido carbónico.

Es importante mencionar que los gases venenosos como el ácido clorhídrico, el ácido sulfhídrico, el ácido sulfúrico y el amoníaco, entre otros, se hallan en este mismo estado físico. Además, los gases volcánicos, al contacto con las capas de agua del subsuelo, producen fuentes termales, géiseres o volcanes de lodo en las regiones afectadas por el vulcanismo.

  

Los materiales en estado líquido: son las lluvias de agua caliente, éstas constituyen un producto muy importante de la erupción volcánica.

Los materiales en estado viscoso: un ejemplo de estos son los ríos de lodo, formados por materias en estado fragmentario, arrastrados por las aguas calientes o por fuertes precipitaciones. Otro ejemplo son las lavas, las cuales constituyen el producto volcánico viscoso más importante y están formadas por las siguientes sustancias químicas: SiO2; Al2O3; Fe2 O3; Fe2 O; MgO; CaO; Na2O; K2O; H2O y otras sustancias, sin embargo, el promedio o porcentaje de éstas varía según los distintos tipos de lavas.

Tipos de lavas


Lavas ácidas: son de colores claros, se funden a temperaturas más altas y se solidifican con mayor rapidez, por lo que fluyen a cortas distancias de su origen (andesitas, traquitas o dacitas).

Lavas básicas: son de colores oscuros, a diferencia de las ácidas, se funden a una temperatura más baja y fluyen a grandes distancias, además, se solidifican lentamente al enfriarse y originan la lava acordonada (Basaltos).

Los materiales en estado sólido (piroclásticas): éstos se diferencian por su grado de acidez o por la cantidad de anhídrido silícico que contienen, lo cual regula también el carácter de la actividad volcánica y el aspecto morfológico de sus edificios. Entre los productos volcánicos se encuentran los piroclastos –que son los materiales fragmentados emitidos por una erupción volcánica en forma sólida o líquida–. Una forma genérica para referirse a los productos piroclásticos, cualquiera que sea su forma, es tefra; además existen otras clasificaciones más específicas. Por ejemplo, a los fragmentos eyectados con más de 32 mm se les llama bombas si estaban parcial o totalmente fundidos cuando fueron descargados, y como bloques si eran totalmente sólidos. Los fragmentos de tefra que miden entre 4 y 32 mm de diámetro son llamados lapilli, no importado en qué condición hayan sido descargados, y a los fragmentos de tefra de diámetro más pequeño se le da el nombre de cenizas.

Las rocas piroclásticas: son las formadas por procesos de compactación o cementación de fragmentos. Existen las constituidas principalmente de bombas, que forman los aglomerados, y las constituidas principalmente de bloques, que son llamadas brechas volcánicas. Las cenizas litificadas, en cambio, dan lugar a las tobas y aquellas ricas en lapilli a las tobas de lapilli.

 

  Materiales volcánicos 

 

Productos de la actividad volcánica

Los principales productos en una erupción son: gases, lava y fragmentos sólidos calientes o en estado incandescente. El tipo de magma y la cantidad de gases son los que determinan el tipo de erupción.

Las lavas están formadas por elementos muy similares. Lo que las diferencia y determina son algunas de sus propiedades (como color y viscosidad), y la cantidad presente de dióxido de silicio (SiO2), ya que al aumentar la concentración de éste es mayor la viscosidad. Las temperaturas medidas en ríos de lava van desde 900°C a 1,200°C.
En la actividad volcánica los gases disueltos en el magma se liberan o expanden, debido a una disminución en la presión, por lo que dicho fenómeno impulsa al líquido hacia la superficie terrestre. Los principales que se liberan en este proceso son: vapor de agua (90%), dióxido de azufre (SO2), monóxido de carbono (CO) y sulfuro de hidrógeno (HS); cuyas concentraciones varían de un volcán a otro, e incluso, pueden variar en un mismo volcán durante las diferentes etapas o fases de una erupción.

A todo el material sólido fragmentado de diferente tamaño y forma que es lanzado durante una erupción, se le denomina en general piroclastos, pero por sus dimensiones se dividen en:

Bloques: son fragmentos de roca de forma irregular que formaban parte del cono volcánico cuyas dimensiones van de 64 mm en adelante.

Bombas volcánicas: son masas de lava de consistencia plástica que, al ser lanzadas al aire, se solidifican tomando formas redondeadas y aerodinámicas. Sus dimensiones alcanzan varias decenas de centímetros.

Escoria o Tefra: son fragmentos de lava porosa, de unos cuantos centímetros de dimensión, producidos por la rápida liberación de los gases.

Lapilli: es lava fragmentada, cuyas dimensiones van de 4 a 32 mm, que es lanzada violentamente y solidificada en el aire.

Ceniza: término genérico del material muy fino, con dimensiones menores a los 2 mm, que se produce por la fragmentación del magma que es transportada por el viento a grandes distancias.


Flujos de lava

Los flujos de lava son derrames de roca fundida, llamados también lenguas coladas de lava, que pueden ser emitidos desde un cráter superior, desde alguno secundario, desde una fisura en el suelo o sobre los flancos de un volcán, y son impulsados por la gravedad. Esto hace que estos flujos se distribuyan sobre la superficie según la topografía del terreno. En términos generales, se producen en erupciones de explosividad baja o intermedia y el riesgo asociado a esa manifestación está directamente ligado a la temperatura y composición de la lava, a las pendientes del terreno y a la distribución de la población.

Las distintas temperaturas y composiciones de la lava pueden originar diversos tipos de flujos. Las palabras hawaianas "aa" y "pahoehoe" denotan dos de los flujos de lava más observados alrededor de numerosos volcanes basálticos o andesítico-basálticos de todo el mundo. Estos flujos se caracterizan principalmente por las texturas de sus superficies.

El “pahoehoe” tiene una corteza de textura relativamente suave, que se dobla y tuerce en forma similar a como lo hace una tela gruesa o una serie de cuerdas trenzadas. Durante su desarrollo, la superficie del flujo de lava se enfría y alcanza un estado semisólido, permitiendo la formación de una corteza plástica, y que en su interior siga fluyendo la lava líquida, lo cual forma en ocasiones largos tubos (o túneles) de lava.

La variedad “aa”, en contrasté, se caracteriza por una superficie extremadamente áspera, cortante y por un avance irregular de los gruesos flujos de lava, producido por acumulaciones y desmoronamientos sucesivos del frente. Ejemplos de estos tipos de flujos de lava pueden ser fácilmente observados alrededor de los volcanes Paricutín (Michoacán) y Xitle (en el Pedregal de San Ángel, DF).

La lava de bloques es otro tipo de flujo muy común en volcanes con productos más ácidos y viscosos. Estos bloques de lava, con su interior incandescente, descienden por la pendiente de un volcán en forma de pequeñas avalanchas, las cuales ruedan cuesta abajo formado lenguas de lava similares a las de un flujo líquido. Un claro ejemplo de este tipo de flujo puede observarse en el Volcán de Fuego de Colima, donde desde 1975 se han producido varias lenguas de lava de bloques que ha continuado, en forma intermitente, hasta la fecha.

La velocidad de avance y los alcances de los flujos de lava son muy variados. Los reportes más comunes sitúan las velocidades observadas con mayor frecuencia en el rango de 5 a 1000 m/hr, pero excepcionalmente se han observado flujos de erupciones Islandianas o Hawaianas que alcanzan 30 km/hr (Nyragongo, Zaire) y hasta 64 km/hr (Mauna Loa, Hawai). Los alcances máximos reportados son de 11 km para lava de bloques y 45 km para lavas de tipo hawaiano. En contraste, los flujos de lava de bloques y otros tipos de flujos de lavas más viscosas, avanzan por lo general en forma muy lenta, a razón de unos cuantos metros por día y su alcance está muy limitado por las pendientes del terreno. Por lo tanto los daños que pueden llegar a producir los flujos de lava son muy distintos, siendo la pérdida de tierras laborables, por la cobertura del terreno por lava, la más común.

Como ejemplos de este tipo de daño en México pueden citarse los casos de erupciones del Xitle (Sur del D.F.), alrededor del año 470 A.C; del Jorullo (Michoacán), que se desarrolló en el periodo 1759-1774 y del Paricutín (Michoacán). El primer caso es el campo de lava (frecuentemente referido como malpaís) que cubrió aproximadamente 72 km2 de tierras laborables, afectando gravemente la cultura de Cucuilco; mientras que en el segundo caso, el área cubierta fue alrededor de 9 km2 destruyendo fincas y ranchos. El tercero cubrió cerca de 25 km2 (Villafana, 1907; Flores, 1944; Trask, 1944; Krauskopf, 1948; Atl, 1950; Wilcox, 1954; Mooser, 1957; Zavala, 1982).

Otro de los daños que se pueden mencionar es la pérdida de construcciones, por ejemplo, la erupción del Paricutín. En los primeros días de 1944 un flujo de lava, que tardó tres días en desplazarse desde el volcán, a una velocidad de unos 30 m/hr, alcanzó al pueblo de Paricutín cubriéndolo por completo. En mayo de 1944 San Juan Parangaricutiro fue también alcanzado por otro flujo similar, moviéndose a 25 m/hr, destruyéndolo casi en su totalidad.

En ambos ejemplos el efecto destructivo provino, principalmente, del peso de la lava que, con una densidad típica en el rango de 2.7 a 2.9 g/cm3, aplasta las edificaciones de menor altura. Sin embargo, un edificio de altura suficiente que exceda el espesor del flujo de lava podría, en principio, resistir el avance de éste. Tal fue el caso de la iglesia de San Juan Parangaricutiro, cuyas partes más altas quedaron relativamente poco dañadas, aunque rodeadas por el flujo de lava.

La razón de esto es que la presión dinámica que puede ejercer lateralmente un flujo de lava sobre un edificio está dada por dv2/2, donde d es la densidad de la lava del flujo y v su velocidad. Si bien la densidad de la lava puede ser considerable como se indica arriba, la velocidad de avance, por lo general, es tan baja, que la dependencia cuadrática con ella reduce grandemente el valor que pueda alcanzar esta presión.

Así, por ejemplo, la presión dinámica ejercida por el flujo de lava sobre las paredes de la iglesia de San Juan Parangaricutiro, se estima que fue del orden de tan sólo 0.07 Nw/m2,  que es muy pequeña comparada con la presión ejercida por el peso. Estas consideraciones pueden ser importantes en el diseño y construcción de edificaciones o de cualquier otra estructura cuya resistencia sea crítica para la seguridad de la región circundante, en zonas volcánicas, de energía nuclear o de otro tipo.

Los efectos destructivos pueden atribuirse con mayor frecuencia a lavas del tipo “aa” o “pahoehoe”, que por su relativa menor viscosidad pueden viajar sobre terrenos con menor pendiente. Sin embargo, los flujos de lavas más viscosas, que generalmente se presentan como coladas de lava de bloques, también pueden llegar a desplazarse como flujos continuos y avanzar sobre terrenos con pendientes fuertes. Estos se detienen cuando la pendiente del terreno es menor que 15% aproximadamente. Además, los flujos de lava de bloques pueden fragmentarse y generar derrumbes o avalanchas de rocas incandescentes que, al deshacerse, pueden liberar cantidades considerables de polvo piroclástico, como fue el caso de la actividad del Volcán de Fuego de Colima el 16 y 18 de abril de 1991.

Flujos piroclásticos

El término flujo piroclástico se refiere, en forma genérica, a todo tipo de flujo compuesto por fragmentos incandescentes. Éstos son una mezcla de partículas sólidas o fundidas y gases a alta temperatura que puede comportarse como líquido de gran movilidad y poder destructivo. A ciertos tipos de flujos piroclásticos se les denomina nubes ardientes. Estos flujos comúnmente se clasifican por la naturaleza de su origen y las características de los depósitos que se forman, cuando el material volcánico flotante en los gases calientes se precipita al suelo. El aspecto de los flujos piroclásticos activos (es aquél que se produce durante una erupción, y flujo, sin calificativo, sólo se refiere al depósito) es por demás impresionante.

 

El poder destructivo de los flujos piroclásticos depende también de sus volúmenes y de sus alcances. El primer factor está controlado por el tipo de erupción que los produce, y el segundo principalmente por la topografía del terreno. En términos generales, se pueden distinguir tres tipos de flujos de acuerdo al tipo de erupción que los produce (Wiirms y McBirney, 1979), estos son: flujos relacionados con domos o con desmoronamientos de los frentes de lava; flujos producidos directamente en cráteres de cumbre, y flujos descargados desde fisuras.

 

Entre los flujos piroclásticos relacionados con domos se distinguen, a su vez, dos tipos que varían en su poder destructivo. Uno es el tipo Merapiano, en referencia al volcán Merapi de Java, que consiste en flujos o avalanchas de origen no explosivo, producido por gravedad, a partir de domos de cumbre en expansión que los contiene, y generan avalanchas de material caliente que se deslizan sobre los flancos del volcán hasta cerca de sus bases. Algunas avalanchas merapianas se pueden producir también desde los frentes de flujos de lava de bloques, los cuales descienden sobre los flancos del volcán. Estos flujos pueden ser disparados por movimientos de los domos, por temblores que sacuden las estructuras o por algún otro factor externo.

 

Un ejemplo de este tipo de flujo ha podido ser observado desde 1975 en el Volcán de Fuego de Colima, aunque no ha tenido grandes efectos destructivos, salvo algunos incendios en pequeñas zonas boscosas en la base del volcán. En contraste, otro tipo de flujos piroclásticos sumamente destructivos relacionados con domos de cumbre, es el llamado tipo Peléeano (Nube Ardiente), que refiere a la devastadora erupción del Monte Pelée en Martinica, pequeña isla de posesión francesa en el Caribe, ocurrida el 8 de mayo de 1902, que asoló la ciudad capital de St.Pierre causando cerca de 29,000 víctimas.

 

Este tipo de flujo piroclástico generalmente se producen durante las fases iniciales del crecimiento de domos, y sus depósitos están formados por ceniza, lapilli y bombas; todo proveniente del magma juvenil, rico en volátiles disueltos, aunque también pueden contener bloques líticos de material no juvenil del volcán, esto dependiendo de qué parte del domo sea emitido el flujo.

 

En el caso de explosiones de ángulo bajo, en las que la presencia misma del domo dirige la fuerza de la explosión lateralmente, las componentes horizontales de la velocidad de los materiales sólidos del flujo pueden ser muy altas, estimándose hasta en 150 m/seg.

 

Otra modalidad de flujos piroclásticos destructivos se da cuando éstos se originan en cráteres abiertos, los cuales producen grandes columnas eruptivas que pueden penetrar la estratósfera, pero sobre éstas se discutirá más adelante en el capítulo de productos de caída libre.

 

Lahares

 

Los lahares son flujos que generalmente acompañan a una erupción volcánica; contienen fragmentos de roca volcánica y el producto de la erosión de las pendientes de un volcán. Estos se mueven pendiente abajo y pueden incorporar suficiente agua, de tal manera que forman un flujo de lodo. Éstos pueden llevar escombros volcánicos fríos o calientes, o una mezcla de ambos, dependiendo del origen del material fragmentario. Si en la mezcla agua-sedimento del lahar hay un 40-80% por peso de sedimento, entonces el flujo es turbulento; pero si contiene más del 80% por peso del sedimento, se comporta como un flujo de escombros. Cuando la proporción de fragmentos de roca se incrementa en un lahar (especialmente gravas y arcilla) entonces el flujo turbulento se convierte en laminar.

 

Un lahar puede generarse de varias maneras:

  • Por el brusco drenaje de un lago cratérico, causado quizás por un erupción explosiva o por el colapso de una    pared del cráter.
  • Por la fusión de la nieve o hielo, causada por la caída de suficiente material volcánico a alta temperatura.
  • Por la entrada de un flujo piroclástico en un río y la mezcla inmediata de éste con el agua.
  • Por movimiento de un flujo de lava sobre la cubierta de nieve o hielo en la parte superior y flancos de un volcán.
  • Por avalanchas de escombros, de roca saturada de agua, originadas en el mismo volcán.
  • Por la caída torrencial de lluvias sobre los depósitos de material fragmentario no consolidado.

 

 

Como ejemplo de este tipo de flujo tenemos el gran lahar formando durante la erupción del Monte Santa Helena, Washington, Estados Unidos, el 18 de mayo de 1980, que provocó un deslizamiento masivo de escombros de roca. Este flujo llegó valle abajo hasta una distancia de 25 Km, aunque una removilización posterior hizo que éste se extendiera unos 70 Km más allá de su primera llegada. La distancia que puede alcanzar un lahar depende de su volumen, contenido de agua y la pendiente del volcán a partir de donde se genera.

Los lahares, también pueden ser causados por la brusca liberación del agua almacenada en un glaciar sobre un volcán, este fenómeno puede ocurrir por condiciones meteorológicas o por una fuente de calor volcánico que produzca una rápida fusión del hielo.

Los lahares también se ven afectados en su longitud por la forma y pendiente de los valles. Un valle angosto con alguna pendiente, por ejemplo, permitirá que un cierto volumen de lahar se pueda mover a gran distancia; mientras que un valle amplio y de poca pendiente dará lugar a que el mismo se disperse lentamente y se detenga dentro de una distancia más corta.

Las velocidades de estos flujos están determinadas también por las pendientes y por la forma de los cauces, por la relación sólidos-agua y, de alguna manera, por el volumen. Las velocidades más altas reportadas son aquellas alcanzadas sobe las pendientes de los volcanes. En el Monte Santa Helena, por ejemplo, el lahar causado por la erupción del 18 de mayo de 1980 alcanzó, en sus flancos, una velocidad de más de 165 Km/hr; sin embargo, en las partes bajas del mismo, la velocidad promedio sobre distancias de varias decenas de Km fue de menos de 25 Km/hr.

Es por eso que los lahares pueden dañar poblados, agricultura y todo tipo de estructura que esté sobre los valles, sepultando carreteras, destruyendo puentes y casas e incluso bloqueando rutas de evacuación. También forman represas y lagos que al sobrecargarse se rompen, generando un peligro adicional.

Uno de los casos más conocidos es el de la actividad del Nevado El Ruíz, en Colombia, el 13 de noviembre de 1985, en el que una serie de erupciones relativamente menores dieron origen a la peor catástrofe conocida en el territorio de Colombia. En ella las cenizas expulsadas cayeron durante varias horas sobre el glaciar y la nieve de la cumbre, fundiéndolos y formando un lahar que se desplazó a una velocidad media estimada en 12 m/s, arrasó la población de Armero, a 55 Km de distancia, causando cerca de 25,000 víctimas.

Una manera de limitar los efectos de estos lahares es construyendo diques y otras estructuras, para controlar los cursos de sus flujos de tal manera que puedan encauzarse zonas planas sin causar daño; o bien, construyendo estructuras que disminuyan su energía "filtrando" las rocas más grandes que arrastran los lahares (ingeniería "Sabo", muy desarrollada en Japón).

Ceniza de caída libre

La ceniza volcánica que se deposita en la superficie terrestre es la que cae lentamente desde alturas considerables, y está formada de fragmentos piroclásticos muy pequeños, que son producto de la fragmentación extrema de lava fresca (material juvenil). Se denomina de caída libre y generalmente tiene un diámetro entre 1/16 mm y 2 mm, aunque la llamada ceniza fina es aquella que tiene un diámetro menor de 1/16 mm. Además, en ocasiones, cuando el magma contiene numerosos cristales, los sólidos se separan del líquido para formar ceniza cristalizada.


La ceniza volcánica forma depósitos, conocidos como capas de ceniza, que al consolidarse se llamadas tobas. Estas cenizas frescas, frecuentemente contienen grandes fragmentos, por lo que también pueden llamarse ceniza-lapilli; en caso de contener moderado o abundante lapilli se le denomina toba-lapilli; si contienen bloques de roca, entonces será toba-brecha y si contiene bombas volcánicas será toba aglomerado.

 

Durante una explosión se acumulan los fragmentos de caída libre, en forma de capas, cerca de la boca del volcán; cada una de ellas indica una explosión separada, sin embargo, sólo la ceniza más fina es arrastrada por el viento a grandes distancias sin que se pueda distinguir, en este último caso, los depósitos de explosiones individuales. En estos casos las capas de ceniza tienden a formar un manto continuo sobre la topografía. Las capas de lapilli y ceniza generalmente aparecen bien clasificadas, lo que les permite mostrar una gradación en tamaño tanto vertical como lateralmente. Los fragmentos más grandes ocupan la base de una capa ya que caen más rápido y cerca de la boca que los pequeños. Los pequeños tienden a caer más lejos ya que son arrastrados por el viento. Ocasionalmente, las capas de ceniza muestran un incremento en el tamaño de grano hacia arriba, lo que se interpreta como un incremento persistente de la fuerza explosiva durante el desarrollo de una erupción.

 

Una erupción explosiva violenta puede inyectar ceniza fina en los niveles superiores de la atmósfera y en la estratósfera, con lo que ésta viajará grandes distancias en el planeta, como ocurrió con la erupción del volcán Krakatoa en 1883, la del Chichonal en 1982 y la del monte Pinatubo en 1991. Estos últimos ejemplos han causado cambios atmosféricos y climáticos, ya que las partículas de ceniza han dado lugar a la formación de aerosoles por la precipitación de sulfatos sobre los núcleos de condensación, además de reducir la cantidad de rayos solares que inciden sobre la superficie terrestre.

 

La velocidad de movimiento de la ceniza depende directamente del viento, por ejemplo, la erupción del Katmai, Alaska, en 1941, que esparció ceniza en un área de unos 115,000 Km2, llegó a acumularse en espesores de 30 cm hasta 160 Km de distancia de la boca eruptiva.

 

Las capas de ceniza han sido útiles en la correlación cronológica de la actividad volcánica de un edificio en particular, dando información tanto de su evolución como de su grado de explosividad y peligrosidad. En muchas ocasiones las capas son muy semejantes, lo que hace difícil o imposible diferenciarlas, aunque en estos casos la ceniza se reconoce primordialmente por su composición e índice refractivo de los fragmentos vidriados y por la naturaleza y abundancia de cristales; además de otras características tales como espesor, color y posición estratigráfica.

 

Otro aspecto interesante de la ceniza de caída libre es el cambio de su composición en relación con la distancia recorrida desde el punto de erupción. Cuando es eyectada, la ceniza consiste en una mezcla de cristales que son más densos que el vidrio, esto provoca que caigan más rápido que aquél. Por tanto, los cristales son más abundantes en los depósitos de ceniza cercanos a la boca eruptiva y tienden a disminuir su cantidad en la medida en que se incrementa la distancia desde ella.

 

El daño principal que causa la ceniza ocurre cuando se acumula en los techos de las construcciones, ya que provoca su colapso; si bien, esta situación puede evitarse limpiando a intervalos la ceniza acumulada sobre los mismos. La inhalación de ceniza también es peligrosa, por lo que se recomienda usar máscara contra polvo o un simple pedazo de tela para cubrir la nariz y la boca. Donde haya equipos mecánicos trabajando se recomienda usar filtros adecuados para evitar que el polvo penetre causando corrosión y un rápido desgaste.

 

De ser posible también se deben trasladar los animales y el ganado doméstico a un lugar seguro, pues de lo contrario pueden morir debido al polvo, la ceniza o al agua y vegetales contaminados con estos. La ceniza también reduce la visibilidad por lo que una evacuación, durante una lluvia de dicho material, es difícil o hasta imposible. En estos casos se ha llegado a recomendar a la gente que no salga de sus casas hasta que se restaure la visibilidad y que sólo salga brevemente para limpiar los techos de sus construcciones. Esto únicamente en  zonas que no se encuentren dentro del alcance de flujos piroclásticos o lahares.

 

También es posible que en áreas donde ha caído suficiente ceniza, la acumulación provoque la defoliación y caída de ramas de árboles, caída de techos, irritación de las vías respiratorias en personas y animales, la contaminación de suministros de agua, taponamiento de drenajes y adición de elementos químicos menores al suelo, que pueden afectarlo (según su composición, positiva o negativamente) y en secuencia a los alimentos que produzca.

Aunado a esto existe la posibilidad de lluvia  en abundancia, con lo que se generan flujos de lodo que son aún más peligrosos, ya que se crean a lo largo de corrientes que pueden destruir instalaciones hidroeléctricas carreteras y poblaciones asentadas en las riberas de los ríos.

 

En el caso del volcán Chichonal, la caída de ceniza produjo daños a cultivos, la interrupción total de comunicaciones aéreas y parcialmente de las terrestres en los estados de Chiapas, Tabasco, Campeche, parte de Oaxaca, Veracruz y Puebla principalmente.

 

 


Para saber mas:

 

http://www.gob.mx/cms/
uploads/attachment/file/
157799/Peligros-y-Riesgos.pdf

 

 

 

 

Bibliografía:

 

Esperanza Yarza De la Torres, Volcanes de México, Universidad Autónoma de México, Cuarta edición, 1992.
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http://buenasiembra.com.ar/
ecologia/articulos/volcanes-982.html

http://rmcg.geociencias.unam.mx/index.php/rmcg
(6)Nelson.pdf

 

 

Depósitos piroclásticos y rocas piroclásticas Depósitos piroclásticos y rocas piroclásticas

 

 

 

 

Autor:
Servicio Geológico Mexicano
 
Fecha de publicación:
22 de marzo de 2017

 

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